A veces las historias más crudas te alcanzan en los lugares más extraños.
Las prisas de aquella mañana me llevaron hasta una tasca, medio escondida, en una calle del centro. Enfrente de la mesa un enorme mural ocupaba la pared entera. De inmediato pensé que mi ansia de bistec y patatas fritas tenían muy poco que ver con aquella imagen de la pared de un grupo de hombres chinos. Me levanté pensando que me había equivocado de sitio, no tenía nada en contra de ese tipo de comida pero no era lo que más me apetecía en ese momento. Mi repentino gesto de marcha atrajo de inmediato a una mujer, de aspecto oriental, que traía la «carta» en la mano. «¿Esto no es un chino, verdad?», le pregunté sin poder contenerme. La mujer negó con resignación, se ve que este tipo de confusión le había ocurrido ya antes.
Saboreé mi filete contemplando como aireaban el grano de arroz los hombres del mural. La luz del atardecer, tras sus espaldas, acabó por atraparme dentro de aquella escena y me interesé por el origen de aquel cuadro. La camarera de ojos rasgados, con un español más exacto que el mío, suspiró al mirarlo y me dijo: «Llevaba esa foto entre mis ropas cuando me adoptaron con apenas dos años. Nunca podré saberlo, pero me gusta mirarlos y pensar que son mi familia, que aireo el grano y que bailo con ellos».
Luisa R. Bueno
RELATO GANADOR DE LA VIII SEMANA DE LA ESCRITURA