Y sí, yo también soy madre. Permitirme que me felicite por ello.
Aún recuerdo aquel primer año cuando él, mi compañero de viaje, me despertó con un beso y me dijo: «¡Feliz día de la madre!». Al principio me sonó raro, era demasiado joven para darme cuenta de que mi vida había cambiado drásticamente. Sin embargo aún recuerdo ese temor y esa alegría, casi a partes iguales. Sí, era madre y tendría que aprender a serlo. Tendría que perder el miedo a equivocarme, porque, sin duda, lo haría muchas veces. Tendría que apostar por dejarme guiar de aquel amor que sentía y confiar que mi hijo me enseñara a crecer con él. Tuve tres bellos aprendizajes.
Aquellos años de hijos pequeños fueron los mejores, los que se quedarán para siempre conmigo.
Fueron años de juegos, de risas, de enseñanzas y aprendizajes. Fueron años de locas carreras, de estrés, de morirse de sueño. Años de cuidados, de pechos hinchados por un amor muy grande, de preocupaciones, de sorpresas, de llantos, de impotencia, de alegría metida en vena, de cuentos inventados en la cama al acostarse, de riñas y de paces, de canciones y de bailes, de visitas asustadas al hospital, de llantos los primeros días de clase, de besos, de abrazos, de «te quieros» volando por el aire, de Navidades y disfraces, de veranos divertidos y de juegos en el parque…¡de vida intensa y de amor del grande!
Fueron los mejores años de mi vida. Ser madre es difícil, pero es de lo más gratificante.
Ahora, cuando os miro, todavía adivino en vosotros la expresión que teníais de niños. No importa lo mayores que os hagáis, esas caras, esas risas, se quedaron conmigo.
Os quiero mucho hijos míos. Y sí, ¡me felicito por ser madre!, ¿es que hay algo mejor que eso? No, no lo hay, creerme.
Luisa Ruiz Bueno
Muy bonito Luisa, y comparto tus sentimientos yo también soy mader de tres jóvenes ya.
Gracias, Hebe. Estas cositas de madre, ¿verdad?