MORRIÑA

 

Si, si, depresión posparto. Mucho se ha hablado de ella. Tu cuerpo cae preso de una revolución hormonal que te pone triste, contenta, cansada y pletórica casi al mismo tiempo. ¿Y la depresión «Adiós mamá, me hice mayor y me voy de casa»? Para esa no te prepara nadie.

Cuando un día te dice tu hijo: Me independizo, mamá. ¿Estás contenta?   Y tú le sonríes disimulando las ganas de decirle: ¡Deja de decir tontadas, carajo!   Te lo quedas mirando detenidamente y ves a ese crío pequeño que te habla detrás de una barba y un bigote, que no sabes muy bien cuándo coño le ha salido, y te entran todos los males al ver que es verdad que ha crecido. Es justo entonces, porque no queda más remedio, cuando por tu boca comienzan a salir palabras de ánimo, que si «haces bien hijo», que si «yo a tus años hice lo mismo». Pero tragas saliva y con ella lo que de verdad querías decirle: ¡Dónde vas alma de cántaro!, ¿dónde vas a estar mejor que con tu madre?

Y llega por fin el día. Después de muchos viajes, paquetes y ajetreos se cierra la puerta de tu casa y el silencio se adueña de lo que antes eran voces, ires y venires , risas y juegos.  Los primeros días bailas por la casa, bebes a morro de la botella de agua y respiras la paz que te creías que deseabas.  Pero llega un día, cuando sales a comprar y nadie te dice «¡Tráeme folios!», o memorizas la lista de la compra porque es muy breve… Es entonces cuando te caen todos los años de golpe. Es justo entonces cuando te das cuenta de que en un pestañeo pasaron veinte años y te maldices por haber pestañeado.

Disfrutar a vuestros hijos, disfrutar de vuestros padres. Aprovechar el tiempo juntos antes de que os durmáis un día y al despertar hayan pasado otros veinte años y ya no quede nadie.

Luisa Ruiz Bueno.