Cuando era pequeña (allá por el pleistoceno), era una fan incondicional de Marisol. Sí, aquella niña que cantaba y bailaba como los ángeles y que en todas las películas solucionaba la vida de los que le rodeaban. En aquellos años todas las niñas queríamos ser Marisol, no por ser famosas, simplemente por ser como ella.
No sé cómo, llegó hasta mí una fotografía firmada por ella (o eso decían), el caso es que yo me la coloqué en mi mesilla cómo si fuera la misma imagen de algo sagrado.
Mi madre contemplaba mi creciente admiración hacia aquella figura, que no era real (de eso me di cuenta más tarde), sin decir nada. Un día debió verme besar la foto y su paciencia (aquellas madres, afortunadamente, tenían menos), saltó por los aires. A la mañana siguiente la fotografía ya no estaba. Recuerdo que la busqué por todas partes sin comprender qué había pasado con ella. Mi madre me miró tranquilamente y me dijo: «La he tirado, no es bueno admirar así lo que solo es humo».
Llegado este punto debo deciros, para que lo entendáis tal y cómo fue, que los niños de entonces también éramos distintos. No lo discutí, ni siquiera intenté recuperar la foto. Si mi madre había decidido que no era bueno para mí pues, seguramente, sería cierto.
El disgusto tardó tan solo un par de días en pasárseme, pero la lección me duró toda la vida.
Nunca he tenido ídolos falsos. Mi madre me ayudó a verlo. No soy fan incondicional de nadie, si no de algo. Admiro más a los creadores que a los vendedores de humo. Para mí (y, afortunadamente, mis hijos), dónde esté un doctor Cavadas, o un juez cómo Emilio Calatayud, o miles de profesores abnegados y de científicos que buscan la cura de enfermedades, o, incluso, mucha gente anónima que se levanta cada mañana tratando de ser mejores profesionales y personas…para mí, allí están mis ídolos. Los que son grandes de verdad.
Llegado a este punto de mi vida, cuándo veo legiones de chiquillerías llorando y gritando, en un éxtasis infundado, delante de alguien que todo su mérito es meter un gol y cobrar mucho por eso; o que es un youtuber famoso que gasta bromas por la calle; o un niñato guaperas que sale en la tele, o ,incluso (¡pásmate!), cantantes virtuales que ni siquiera existen …Es entonces cuando pienso: «¡Qué falta les habría hecho mi madre!»
Luisa R. Bueno
¡Qué gran lección Luisa! Ojalá hubiera más personas como tú madre y más niñas dispuestas a aprender a valorar lo que realmente tiene valor. Nunca me gustó idealizar a nadie, así que me encanta este relato.