Cada vez que miraba aquella foto mi memoria giraba, de manera intensa y dulce, hacia aquellos años en que aún estaban ellas.
Siempre permanecieron juntas, contra viento y marea. Ningún acontecimiento, por cruel que fuera, consiguió nunca separarlas. Jamás vi mujeres más iguales y más distintas. Con ellas nunca me faltaron abrazos, ni risas, ni aire, que para eso me llevaban todos los veranos al pueblo y me decían : «Respira, hija, respira. Llena bien los pulmones».
Juntas escondieron mi primer diente bajo la almohada, juntas plegaron, tarde tras tarde, el toldo de la tienda donde vendían las flores que cultivaban y, juntas, me recogían del colegio con la merienda en la mano para que no pasara hambre. Y yo, cuando comencé a caminar sola, corría de una a otra casi sin saber diferenciar quién de ellas era mi madre. Sin importarme la falta de un padre, porque, para eso, tenía dos madres.
Sí, aquellos recuerdos que me dejaron eran realmente impagables, tanto que, cuando me refugio en ellos, siento su amor, sus caricias y hasta el sonido de sus voces, que se agarra a mi garganta, y me dicen: «Respira, hija, respira. Llena bien los pulmones».
Luisa R. Bueno
«Relato ganador de la 3 semana de la escritura Escuela Tinta Púrpura»