TRES DÍAS, TRES: CUENTO DE NAVIDAD

 

 

Tres días, tres. Un tiempo que parecía eterno, lleno de horas y minutos que avanzaban despacio, pero que iban a desembocar en el momento más deseado. «Tres días, tres», se repetía, mientras recogía todo y colocaba las mejores sábanas en la cama, las más bonitas, las más suaves.

El primer día de su cuenta atrás salió temprano de su casa, el termómetro de la farmacia marcaba -1° del día 22 de diciembre. Se apretó el plumas contra el pecho buscando un poco de calor mientras contaba mentalmente el dinero que guardaba en el bolsillo.

Diez monedas de dos euros, treinta de uno y tres billetes de cinco. Era todo lo que había ahorrado en sus once años de vida y ahora tenía dos días para gastarlo y uno para regalarlo. «Si el dinero fuera amor no me cabría en estos bolsillos», pensaba mientras recorría los adoquines de la calle.

Un árbol, de plástico verde, reinaba con absoluto encanto en la puerta de una pequeña tienda. En una de sus tres patas, una etiqueta marcaba en números rojos: 35€. Acarició con dos dedos el bolsillo de su abrigo, palpando las monedas, mientras un pequeño regocijo interno la avisaba de que podía permitirse aquel gasto.

Colocó el árbol en el dormitorio, junto a la ventana, y alzó su pequeña estatura sobre la punta de los pies para rodear las ramas con un suave espumillón de color burdeos. Después, en lo más alto, puso con cuidado una pequeña estrella plateada que lanzaba guiños brillantes cuando le daba la luz. «¡Precioso!», pensó.

El segundo día compró dos tabletas de turrón de chocolate y unos polvorones a granel. Siempre les había gustado el dulce. Lo cortó todo con cuidado y lo dispuso en una fuente sobre la mesita de noche, junto al árbol, y lo miró sonriente. «¡Estupendo!», pensó.

El tercer día se levantó nerviosa, quedaba lo más importante. Se arregló deprisa y se enfundó en su bufanda de cuadros rojos. Caminó dos horas sobre las calles frías de la ciudad, hasta llegar a un gran Centro Comercial. Allí encontró un pijama de suave algodón blanco, salpicado de nubes rosas.

Volvió a casa sin dinero en los bolsillos, se había gastado todo lo ahorrado en once años, sin embargo, se sentía como un Rey Mago. Ya estaba todo preparado.

Al final de aquel día tres, una ambulancia llegó hasta su casa. Ese era el momento que más había deseado. Traían a su madre, cansada, consumida, para que pasara aquella noche tan especial en su hogar.

Contempló el árbol, los turrones y el pijama nuevo estirado con delicadeza sobre la cama y percibió todo el amor con que lo había preparado su hija. «¡Qué bello es tener familia!», pensó, mientras el brillo de sus ojos cegaba al de la estrella.

Con cuidado, la niña ayudó a su madre a ponerse el pijama, casi sin hablar, solo sonriendo, con las miradas enredadas entre ellas. Se tumbaron en la cama, junto a aquel hermoso árbol, deseando que no fuera el último que mirasen juntas, y saborearon el dulce sabor del chocolate mientras se apretaban la mano.

Esa noche durmieron abrazadas, olvidando cualquier dolor, cualquier miedo, tan solo pensando: «¡Ahora sí, ahora es Nochebuena!».

Luisa R. Bueno

 

 

 

 

 

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